Era justo la medianoche, de un día del mes de agosto. Me encontraba en el porche de la casita que hacía años habíamos comprado en un pueblecito de playa, había sido un día desagradable pues la tormenta que había caído a primera hora de la mañana, había dejado un día nublado y frio. La playa había estado todo el día vacía, algún que otro veraneante paseando por ella un poco obligado por hacer algo uno de los días de sus vacaciones y no quedarse en casa. Como muchas noches me puse al ordenador y comencé a escribir con desgana, habíamos estado dando un paseo por la tarde, lo mismo que los demás para cumplir con la costumbre de todos los días. Seguí escribiendo, no conseguía centrarme en lo que escribía, deje el ordenador y me senté tranquilamente en una hamaca, ya escribiría mañana.
No había pasado ni un minuto, cuando sentí que a mi espalda algo se movía, volví la cabeza y no había nadie, no hice mucho caso a lo que había creído sentir. Poco rato más tarde, volví a sentir el mismo roce a mis espaldas, me levante para mirar a ver si veía algo, pude comprobar que no había nadie ni nada. Cuando de nuevo fui a sentarme en la hamaca, alguien estaba sentado en mi lugar. Me asuste y di un paso atrás, en mi hamaca había una niña que creí conocer. Haciendo un esfuerzo la pregunte, ¿Quién eres pequeña”. La niña me contesto, “Me llamo María y vivo aquí, pensé eso no puede ser, yo también vivo aquí y no recuerdo que aquí viva nadie excepto mi marido y yo. La niña callo pero una sonrisa se dibujo en su rostro. Yo insistí, pero ella seguía callada esbozando una sonrisa. Yo ya un poco cansada por el juego de esa pequeña criatura le dije: “Anda pequeña márchate a tu casa que tus papas estarán preocupados”, ella se levanto de la hamaca muy despacito y me contesto: “De acuerdo hare lo que me dices” y se dirigió a la puerta de entrada de mi casa. Mi sorpresa fue grande cuando la vi entrar sin meter la llave en la cerradura de la puerta que yo había cerrado cuando había salido. Entre detrás de ella en mi casa y lo que vi me dejo perpleja.
El interior de la casa ya no estaba como yo lo tenía, todo había cambiado, aparecía un gran salón con una gran mesa en el medio donde había unos utensilios de trabajo, como los que mi padre usaba cuando preparaba pastillas de mantequilla para distribuirlas a las tiendas, que era a lo que se dedicaba, entre más dentro y me dirigí a la puerta de la derecha, allí había una gran cama niquelada, como la que tenían mis padres cuando yo era pequeña, una niñita estaba dormida en una cuna plácidamente, tendría unos seis años menos que yo y se parecía a mi hermana. Retrocedí y pase a otra habitación que parecía una cocina con una pila de piedra y un grifo muy alto y antiguo, en un rincón había una sillita de asiento de paja, me senté en ella y a pesar de lo pequeña que era vi que me sentía muy cómoda como si estuviera hecha a mi medida. Me quede allí sentada un buen rato, la niña apareció de pronto con un conejito blanco en brazos, detrás de ella iba su padre, ¡¡No podía ser!! Era mi padre el hombre que apareció. Intentaba convencer de la mejor manera a la niña para que le diera el conejito, la niña lloraba y abrazaba al conejo, al final el padre pudo hacerse con el intentando consolar a la niña por llevárselo.
Comencé a llorar desconsoladamente junto con la pequeña, las dos llorábamos por el mismo conejo. Mi conejo blanco que un día tuvo que ser sacrificado, porque para eso lo habían llevado a mi casa para servir de manjar un día cualquiera en la mesa. Había sido mi compañero y amigo hasta que creció.
Comprendí en un momento, quien era la niña, María se llamaba igual que yo y María lloró por su conejo igual que yo, María tenía una sillita igual que yo y su padre era mi padre. Mi infancia era María, la infancia que en algún momento viene a mi recuerdo con añoranza de lo bueno y lo malo, pero que fue mi añorada infancia.